Los criadores esperan desde hace cuatro años que la Xunta reconozca la raza.
"¡Carallo, qué raza!", soltó un responsable del Centro de Recursos Zooxenéticos de Galicia cuando vio por primera vez una galiña piñeira. El representante de la Xunta había viajado a la finca en la que un grupo de particulares empezaba a luchar contra la extinción del ave, después de que el veterinario Jesús Rodríguez descubriera los últimos ejemplares en aldeas remotas de Arzúa y O Pino. La visita tuvo lugar hace cuatro años y el hombre quedó impresionado, pero no pasó nada más. En su pazo de Fontefiz (Coles), la Consellería de Medio Rural reconoce y protege al galo de Mos, mientras la raza piñeira sigue sin recibir ayudas. En este tiempo, la rivalidad ha ido en aumento: pollo piñeiro versus pollo de Mos. La gallina de la costa frente a la del interior.
A principios del siglo pasado, el veterinario Santos Arán ya describía las dos razas típicamente gallegas, que en realidad deben de ser primas lejanas, porque pese a las diferencias (el ave de Mos es mala ponedora y alcanza 5 kilos; la piñeira no pasa de los 2,5 y pone muchísimo) siguen compartiendo una misma cresta rara. Una cresta sin picos, redondeada, que recuerda a una barretina más que a una montera, y que la gente insistió en compararla siempre con una piña. De ahí "piñeira", "piñada" o "piñona", como se le llama, según qué aldea, a la gallina hallada en recónditos corrales del oriente coruñés.
La Fundación para o Avance Científico da Veterinaria en Galicia (Acivega) ha espantado ya el fantasma de la extinción. Consiguió en una ocasión de la Diputación de A Coruña una ayuda de 9.000 euros, y con eso y con lo que se rascan los socios del bolsillo, logró salvar la raza en sus variedades blanca, aperdizada y silvestre. "Los de Acivega no entendemos nada. Estamos manteniendo el patrimonio genético gallego con el dinero personal, le ofrecemos todo lo que llevamos investigado a la Xunta y va y no lo quiere", protesta el jefe del Proxecto Galina Piñeira, Xoán Álvarez Llana. En cuatro años, la fama del ave se ha extendido. "Hay 150 criadores y otros tantos en lista de espera". "El fenómeno de la avicultura es increíble... Tiene algo de coleccionismo", explica este veterinario. "Y los de fuera de Galicia nos traen locos: nos piden piñeiras desde Santander, desde el País Vasco y hasta desde Huelva".
Estos criadores se toman la avicultura como "una religión", y se comprometen a seguir a pies juntillas los preceptos del Proxecto Cambela, un "reglamento de producción y normalización" que ha aprobado Acivega. Las piñeiras no pueden alimentarse de transgénicos. "Comen cereales, las sobras de casa, leche, suero o cuajada y todo lo que pillen en la tierra". Nadie podrá criar más de 500 ejemplares, ni recortarles el pico, las alas o los espolones como se hace en las granjas con las ponedoras y los pollos industriales. Al aire libre, cada animal tendrá que disfrutar, al menos, de cuatro metros cuadrados para él solo. En el corral, únicamente podrán convivir 11 pitas por metro cuadrado. Los pollos que se venden en la carnicería se apiñan hombro con hombro a razón de 64 por metro cuadrado.
En tiempos del PP, la Xunta reconocía las razas autóctonas mediante órdenes. En el limbo de los protegidos entraron entonces las vacas cachena, caldelá, frieiresa, limiá y vianesa, el cabalo y la ovella galega, el porco celta, el palleiro, el can guicho, el perdigueiro, el podengo y la galiña de Mos. Por falta de tiempo, quedaron fuera el burro fariñeiro, la cabra galega y la gallina de la costa, que fue rescatada por sus descubridores al límite del cambio de gobierno. La Xunta decidió entonces que la regulación de las razas era un tema demasiado importante como para resolverse con órdenes. Habría que aprobar un decreto de animales autóctonos que los incluyese todos. El texto legal está redactado desde hace ya casi un año, e incluye a la cabra y a la piñeira. En Acivega nadie sabe por qué aún no ha salido adelante la norma.
Así que la piñeira, un ave con mucho carácter, de gallos muy gallos y gallinas muy cluecas, ha optado por dar el salto a Madrid sin pasar por San Caetano. Ya lo advierte Álvarez: "Las piñeiras vuelan mucho, no hay valla que se les resista". El martes, Beatriz Sotelo, que regenta el restaurante A Estación de Cambre y fue elegida Cocinera del Año en España, reivindicó en Madrid Fusión la raza. La piñeira triunfó en forma de "canelón con trufa e trompeta dos mortos".
Fotografía: un grupo de galiñas y galos piñeiros.
Reportaje de Silvia R. publicado en "El País" (Ed. Galicia) el 22/01/2009